viernes, 2 de marzo de 2012

Saboreando los paisajes sonoros


























“¿Acaso el silencio nos tranquiliza?”  Ese es el título del concierto que Daniel Broncano y Johannes Mnich ofrecerán el domingo 4 de marzo en los Teatros del Canal de Madrid. La primera palabra de la frase deja claro el afán retador de la misma. Daniel, a quien conozco literalmente desde el mismísimo momento en que nació, sabe cuál sería mi respuesta, y acaso por eso haga la pregunta, propensos como son casi todos los jóvenes a hacer el contra-guión con respecto a sus padres, aunque sea de manera inconsciente.

Mi respuesta a la pregunta de Dani y Johannes es “sí, claro”. Bueno, “sí, aunque…” Porque el silencio impuesto a un preso mediante técnicas de aislamiento sensorial no debe ser muy tranquilizador. Ni el silencio de la soledad no deseada. Pero sí otros muchos, entre los que destaca el que puede conseguirse mediante la meditación. Y luego está el silencio de la naturaleza. Que a veces –pocas- es un silencio absoluto, pero que casi siempre es un silencio sonoro. Es el silencio del que algunos gozamos con enorme placer. Y, aunque sonoro, es silencio porque contrasta con el ruidoso ambiente de nuestra civilización. Obviamente, me refiero a los sonidos naturales buscados y disfrutados como goce, lo que excluye el sonido de tsunamis, terremotos grado siete, incendios forestales, riadas, tifones, truenos bíblicos, relinchos de caballo inmediatamente antes de arrearnos una coz o incluso conciertos chicharreros de verano.

Hechas estas puntualizaciones, ¡qué gratificante resulta observar de vez en cuándo el paisaje con el oído en vez de con la vista! Te sientas en una piedra o en un viejo tronco, cierras los ojos, mantienes la columna derecha, respiras conscientemente, te relajas un poco y…¡a escuchar!

Escuchas la brisa o el viento, que suenan distinto en tu cara, en el árbol cercano o en el bosque que te circunda. Escuchas cosas que no puedes ver o en las que no te fijas. Escuchas el agua, que tiene partituras muy diferentes en la fuente, en el manantial, en el torrente o en el remanso. Escuchas al cárabo, al carbonero y a la culebrera, que tienen idiomas tan dispares… o al abejorro, o al moscón… o a la ardilla desgranando su piña o a la cabra montés dando unos pasos furtivos… Escuchas también a los perros y a las ovejas. Y a veces ¿por qué no?, a los humanos: sus voces y sus máquinas. Porque saber aceptar lo que te encuentras sin juzgarlo es habilidad imprescindible para el gourmet de la contemplación. Y, al fin y al cabo, también las personas formamos parte de la orquesta.

Y luego están esos momentos que no esperabas. La bellota que, precisamente ahora, cae a tu lado. La piedra que rueda por la ladera. El trueno en algún lugar remoto. La primera gota de un chaparrón. El grito fugaz de un carnívoro entrando en acción.  En fin, sonidos que jamás oirías si no estuvieras simultáneamente relajado y alerta.

Es probable que los humanos ya no necesitemos el oído para sobrevivir en el medio natural. Pero podemos recuperar algo de esa ancestral capacidad por puro disfrute. Y aún más: para reconectarnos con la naturaleza de la que seguimos formando parte. Es algo que necesitamos, como bien saben las discográficas que editan un sinfín de discos para traernos al salón el sonido de las olas, las cascadas y los pajarillos del campo o de la selva. O los que diseñan instalaciones sonoras que recrean ambientes naturales. Por ejemplo, la que hay en los maravillosos jardines londinenses de Kew Gardens. En medio de un grupo de sequoias gigantes puedes oír los animales del bosque y hasta tus propios pasos amplificados por altavoces camuflados, en lo que resulta un intento ingenioso pero algo deprimente de hacerte sentir como si estuvieras allí.

Si se puede, conviene estar allí  de verdad. Todos los días, muchos días o algunos días. Porque la legendaria soledad sonora de la naturaleza es, acaso, el más tranquilizador elixir para la especie más estruendosa de este planeta. Tan ruidosa es que, hasta cuando está callada, le cuesta librarse de la pegajosa bulla interior que refleja la barahúnda externa que ha creado.

Escuchemos los sonidos del silencio. ¿Cabe mejor entrenamiento para aprender a escuchar a las personas?

PD.- No hubiera hecho todas estas disquisiciones si no fuera por el mosqueo que tengo, ya que el domingo 4 de marzo tengo la obligación de estar en Orcera, y no en Madrid, que es donde quisiera estar para escuchar las piezas de música contemporánea con las que amenaza Broncano&Mnich Duo.  

Foto: 
Campos de Hernán Perea en Santiago-Pontones. 
Javier Broncano Casares

2 comentarios:

  1. Los hijos en su afán de aprender preguntan y preguntan a los padres experimentados en la vida, pero estos a veces piensan que lo que hacen los hijos es llevar la contra. En este caso creo que a Daniel le habrá quedado claro que tipo de silencio nos tranquiliza. Oye no te puede sustituir nadie? puedo ir yo?

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  2. Hola, Elena!! ...me puedes sustituir como público de Dani, pero no como currito en Orcera...

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