lunes, 1 de julio de 2013

Sabinas, esencia del paisaje serrano



Las sabinas de nuestras sierras jamás chupan cámara. Raramente protagonizan fotos paisajísticas o recomendaciones de visita en la publicidad turística. No sirven de reclamo. No impresionan como los pinos salgareños, con los que ayer se hicieron catedrales y hoy lo son sus propios bosques; no tienen, como los acebos, la aureola de partisanos norteños que resisten en el sur; ni remotamente pueden competir con la belleza cromática de los arces en otoño; carecen de la magia de los robles, con su porte imponente y sus ramas retorcidas; ni tan siquiera pueden competir en tamaño y belleza con sus hermanas, las sabinas albares, que en otros lugares de España –Soria, Teruel, Guadalajara- no sólo siguen formando hermosos y solitarios bosques, sino que perviven bien visibles como elemento clave de la arquitectura popular.

Sin embargo, nuestra humilde sabina (Juniperus phoenicea), llamada sabina negra o mora, es el vivo símbolo de algunas de las virtudes que a uno le gustaría poseer: la tenacidad, la sobriedad, la resistencia y la discreción.

Los sabinares son una de sus formaciones vegetales más relevantes y características del Parque Natural, sobre todo en la Sierra de Las Villas. Aunque nada espectacular, el sabinar es muy atractivo, al menos para quien sepa apreciar la belleza de los troncos retorcidos agarrándose con inverosímil tenacidad a los suelos más descarnados y sacando partido de las fisuras de las rocas.  

Las sabinas protegen el suelo de corrimientos erosivos, sujetan la poca tierra en la que crecen y la enriquecen con materia orgánica, haciendo posible la vida de otros vegetales junto a ellas y alimentando a muchos animales silvestres con sus frutos que, además de ser abundantes, se mantienen largo tiempo disponibles en el árbol. Cumplen por tanto un papel protector y nutricio que ningún otro árbol o arbusto puede desarrollar en medios tan inhóspitos. Además, los sabinares son muy acogedores para determinadas especies endémicas del Parque, como la violeta de Cazorla (Viola Cazorlensis).

A menudo las sabinas crecen en el medio más hostil que se pueda imaginar: terrenos muy castigados por el sol en fortísimas pendientes, suelos pedregosos o incluso paredones verticales. Las semillas caen casi siempre en terreno infértil, por lo que sólo se propagan gracias a que los pájaros y otros animales que las comen dejan sus deposiciones en pequeñas grietas donde hay algo de tierra, lo que es suficiente para que la semilla agarre. Aguanta los contrastes térmicos que van desde las temperaturas por encima de los 40 grados a las intensas heladas, y resiste las sequías prolongadas, la baja humedad ambiental y los vientos más cortantes. Es, en definitiva, una superviviente nata. La Lancha del Lobo, en Las Villas, y la ladera izquierda del cañón del Zumeta (cerca del embalse de La Vieja) en la Sierra de Segura, don los excelentes zonas donde disfrutar de la presencia de sabinares.

Foto: Collado del Perenoso, Sierra de Las Villas. Javier Broncano Casares
 Aquí puedes ver un pequeño texto del botánico Alfredo Benavente sobre los sabinares del Parque.
La Etapa 8 del Sendero Bosques del Sur-GR 247 es propicia para observar sabinas.