lunes, 12 de marzo de 2012

Marzo en la Sierra de Segura





































Águila culebrera
Dibujo de Juan Manuel Valero Rdríguez 

En las aguas limpias de la cabecera de los ríos nacen los diminutos y transparentes alevines de la trucha, cuya única defensa ante sus enemigos es ocultarse sin tardanza entre las piedras del fondo. En arroyos, fuentes y tornajos nacen las larvas del escaso tritón ibérico y de la salamandra, conocida como tiro en la comarca, e inofensiva a pesar de la injusta etiqueta que la tradición le ha colgado. La ranita meridional nos sorprende exhibiendo el intenso verde de su cuerpo, y otras especies de ranas y sapos depositan en el agua sus interminables cintas de huevos, mientras las lagartijas  despiertan y se dejan  ver entre las rocas.

En la segunda mitad del mes, la Sierra es ya una sala de conciertos. El sonido nos rodea por todas partes, y aunque los músicos van por libre, hay armonía. No hay director, pero sí argumento: la reproducción. Se oye en los pinares el canto continuo de pinzones, herrerillos, mitos y carboneros, el del petirrojo en sotos y frutaledas, y el de la tarabilla, solitaria y muy visible en lo alto de sus posaderos. Se luce la perdiz con sus parpadeos, castañeteos y cuchicheos. 

Llegan las primeras oleadas de aves estivales. Por ejemplo, la abubilla, cuya cabeza parece tener cresta cuando levanta sus plumas eréctiles. O el cuco, capaz de dar el cambiazo para que la hembra de otra especie le haga el trabajo de incubar sus huevos sin despertar la más mínima  sospecha. Y por supuesto, el avión común, que hará enseguida sus nidos esféricos bajo aleros y cornisas, a base de pegotitos de barro ensalivado, y nos acompañará ruidosamente durante varios meses. Poco después vendrá la golondrina, cuyo vuelo de flecha es el más popular anuncio de que ya está aquí la primavera. Vuelve desde África el autillo, que en las afueras de pueblos y aldeas es tan fácil de escuchar  como difícil de ver, por el asombroso mimetismo entre su plumaje y la corteza de los árboles donde se posa. Cruza también el continente una de nuestras  más señeras rapaces: el águila culebrera, que nos informa de su llegada con las suaves exclamaciones de sus cortejos aéreos sobre los roquedos, y busca cada año las mismas laderas donde construye su nido en la copa de un pino o de una encina.

Erizos y tejones abandonan su tranquilo sueño invernal, y algunas especies murciélagos vuelven a revolotear alrededor de las farolas tras dejar las cuevas y desvanes en los que han hibernado. A finales de mes, el águila real puede estar incubando su puesta, y tal vez defendiéndola de los embates del agua y el viento, pues no olvidemos que, aunque la primavera ya nos acaricia, el clima de la montañas segureñas es en esta época bastante caprichoso, por lo que incluso la nieve es en marzo más que posible.

Javier Broncano y Joaquín Gómez 


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