El
paisaje que muestra la foto está en un lugar bastante perdido, en los
Campos de Hernán Perea, cerca del Refugio de Campo del Espino. El chopo es un
verdadero superviviente y una valiosa referencia visual en la inmensidad
desarbolada de Los Campos, a unos 1600 metros de altitud. El lugar es bellísimo
para los ojos, pero en cierta ocasión me detuve para captar la otra dimensión
del lugar, la sonora. Se me reveló el contraste entre el viento que circulaba
por arriba y el que movía las hojas del álamo, el tintineo de un lejano rebaño
de ovejas que no había advertido con la vista… y nada más. Absolutamente nada
más, y por lo mismo, tanto: la conmovedora esencia y presencia de Los Campos.
Sierra de Segura en estado puro.
Estamos
acostumbrados a que el paisaje nos entre por los ojos, sobre todo en una época
como la nuestra, de extraordinaria facilidad para la captación y la difusión de
la imagen. Pero desde los tiempos más remotos nuestra especie se ha valido de
sus cinco sentidos para procesar la información del ambiente. ¿Habéis probado
alguna vez algo tan sencillo como quedarse quietos, en silencio, y prestar
atención a los sonidos? La sensación puede asombrarnos y ser
extraordinariamente placentera. De pronto descubrimos que a nuestro alrededor
hay pájaros, que cerca hay un chorreón de agua que no habíamos advertido, que el
sonido del viento es totalmente distinto entre los pinos que en la chopera, que
los abejorros están muy atareados –y probablemente contentos-, que los sapos
parteros emiten una especie de limpio silbido… o que hay un impresionante silencio,
que resulta tanto más sobrecogedor en la medida en que vivimos rodeados de
mensajes sonoros y, más aún, que nuestra mente es una máquina cuyo oficio es el
de producir ruido interior en forma de cavilaciones, recuerdos del pasado y proyecciones
de futuro. Descubrimos el momento presente, un hallazgo inesperado y
afortunado.
Escuchar
la naturaleza es un lujo, un verdadero alimento bio para el oído y para la mente. Lo necesitamos profundamente,
como prueba la abundancia de grabaciones de sonidos naturales, acompañados o no
por música –generalmente insulsa- que hay en el mercado para ambientar
oficinas, salas de espera, hogares y espacios más o menos terapéuticos. Hay en
el extraordinario jardín botánico de Kew Gardens (Londres) un curioso montaje que
recrea los sonidos de tus propios pasos entre los árboles, creando la ilusión
de que estás más o menos en la selva… siempre que consigas no escuchar los
aviones que, cada dos minutos y medio, pasan por encima de tu cabeza hacia o
desde el cercano aeropuerto de Heathrrow. Es un intento ingenioso, aunque algo
patético, de recuperar sensaciones perdidas, que muestra la necesidad que tenemos las personas de escuchar y
escucharnos en la naturaleza de la que formamos parte.
Pero
nada como escuchar a la naturaleza en vivo y en directo. Podemos experimentar haciéndolo con los ojos abiertos y con los ojos cerrados, descubriendo
probablemente que esta segunda opción es más rica, porque cuantos más sentidos
se desactivan, más agudos se vuelven los que están operativos. Cualquier
postura es buena para hacerlo, de pie, sentado o tumbado, pero es mejor que la
columna esté derecha, porque ayuda a mantener la atención. También conviene
estar atentos a nuestra propia respiración y dejar pasar los inevitables
pensamientos que nos distraerán, sin pelearnos contra ellos pero sin hacerlos
caso, volviendo a lo nuestro. Disfrutaremos más si no analizamos ni juzgamos los
sonidos. Todos valen, incluidos los del coche o la podadora que, tal vez,
oigamos a lo lejos.
No hace
falta irse a lugares tan remotos como el que muestra la foto para saborear los
sonidos. Basta con alejarse un poco del pueblo para oír, no sólo al viento o al
cárabo, sino también la campana de la iglesia y el jaleíllo humano, que aquí es
mucho más amable y familiar que en las ciudades. Y ni siquiera es necesario vivir cerca
del campo o del mar para gozar de los sonidos naturales. Basta un parque. El
gourmet de los sonidos sabe sacar partido de cualquier lugar donde haya niños,
perros, árboles y pájaros. Incluso aunque pasen aviones por encima. Al fin y al
cabo, los humanos y nuestros ingenios también formamos parte del ecosistema.
¡Disfrutemos sin límites de los conciertos naturales!
Foto: Javier Broncano Casares
No os perdais: El sonido de la naturaleza. Carlos de Hita. Un maravilloso calendario sonoro de la naturaleza ibérica.
Foto: Javier Broncano Casares
No os perdais: El sonido de la naturaleza. Carlos de Hita. Un maravilloso calendario sonoro de la naturaleza ibérica.
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