La marea de la vida alcanza su apogeo en mayo, mes en el que el deseo renovador de la Naturaleza es tan potente que su energía penetra por nuestros poros, a poco atentos y sensibles que estemos a su lenguaje. Huele a hierba, a flores, a pinos. Y si nos estamos quietos y callados, si por un rato conseguimos apagar el pegajoso ruido de nuestros propios pensamientos, mayo interpretará la partitura de la primavera para que nuestros oídos nos recuerden que aún conservamos la capacidad de asombro. A ellos llegan el rumor de las hojas de los árboles, casi todos ya frondosos; el correr de las aguas de arroyos y regatos, recién nutridos por las lluvias primaverales; el siseo incansable de los insectos en vuelo; y sobre todo, el canto multicolor de las aves colgando sus notas en todos los aires. Hay quienes dicen que el campo está para comérselo, y es verdad: ahí están las setas de primavera y plantas comestibles como las collejas, las acederas y el pan de pastor.
La vegetación se expande y estira por
todas partes, siendo muchas las herbáceas que alcanzan en mayo su máximo
desarrollo, entre ellas las gramíneas. Es la apoteosis de toda clase de
margaritas blancas y amarillas, como el diente de león, que fructifica en
vilanos o molinetes, a los que un leve soplo del viento o de nuestros pulmones
dispersa por el aire. A finales de mes llega la flor más esperada y observada:
la del olivo. Los cultivos, eriales y
cunetas reclaman la dosis de belleza a la que también tienen derecho,
cubriéndose de un sinfín de colores. En las laderas soleadas abre sus flores
amarillas la jara blanca y más arriba, entre robles y salgareños, estalla el
enérgico rosa de la peonía, la más
grande y llamativa de todas nuestras flores...dicho sea sin ánimo de ofender al
lirio silvestre, que también florece ahora.
Aunque para llamativas, las flores de
las distintas madreselvas, verdaderas números uno en sutileza de diseño estético
y aroma. Mayo es también el mes de las orquídeas, de las que en el Parque
Natural tenemos nada menos que 52 especies de las 80 que hay en la Península,
lo que supone una cuarta parte del total de las especies europeas. Sus flores
son todo un prodigio en el arte de la seducción, atrayendo a los insectos
polinizadores con tretas tales como imitar las formas y colores de la hembra de
avispas y abejorros, simular hábilmente tener abundancia de polen o néctar, u
ofrecer en su interior un agradable refugio nocturno.
Despliega el avellano el verde puro de
sus grandes hojas acorazonadas, y los chopos llenan el aire con sus semillas
envueltas en pelusa ingrávida. Florecen zarzas y rosales, y el majuelo oculta
por completo sus espinas con un manto de pétalos blancos que huele a gloria.
Aunque con más discreción, dan en mayo sus flores otros muchos árboles y
arbustos: el arce, el lentisco, la
cornicabra, el boj, el endrino... y hasta los altos calares son menos severos
cuando los pinchos de los piornos se cubren de flores azuladas.
Del libro "LaSierra de Segura. El Sur Verde" - Javier Broncano y Joaquín Gómez
Foto: Peonia (Paeonia officinalis) - Javier Broncano Casares
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