Explosión primaveral de narcisos gigantes

Después de una temporada de agua como no se recordaba, el sol primaveral ha sacado a la luz toda la generosidad que el suelo atesora. La Sierra está verde y florida como nunca, y sobre el tapiz de exuberancia vegetal bulle una legión de insectos felices, observados desde arriba por pájaros felices cuyos cantos son escuchados por ovejas felices y personas felices. No, no es el Paraíso en la tierra, es simplemente la plenitud que el agua, sólo el agua, sabe tejer, crear, despertar. Felicidad, sí, ¿por qué no?, más merecida y más diáfana que nunca en estos tiempos oscuros, felicidad transparente, gratuita y disponible a raudales para todos.

La gracia de la abundancia alcanza este año también a esas especies que no suelen prodigarse, a las que llamamos endémicas y a las que –con un punto de clasismo botánico- miramos con reverencia por considerarlas la crème de la crème. Es el caso del narciso gigante (Narcissus longispathus), que solo crece en nuestro Parque Natural y algunos pocos puntos más de las sierras de Jaén. Es amigo íntimo del agua y necesita que la humedad de su entorno se mantenga incluso en lo más tórrido del verano, así que el re-que-te-comprobado cambio climático le sienta fatal. Pero este año, con tanta agua, el narciso gigante ha salido en tromba para unirse a la fiesta vegetal pintando de amarillo algunos herbazales. Carpe diem, aprovechemos el momento, parece decirnos el narciso. El futuro de los narcisos, como el de las personas, es incierto en estos tiempos, pero hoy, hoy mismo, podemos saborear la felicidad. Que no es mucho más que florecer al sol compartiendo su luz con otros que tanto se parecen a nosotros.

Fotos: Javier Broncano Casares