La savia circula ya a raudales, poniendo en marcha un fabuloso laboratorio vegetal: despiertan y echan hojas los álamos, los robles, los arces (que al mismo tiempo florecen), las nogueras, las higueras, los serbales, los majuelos, y muchos otros árboles y arbustos, cuyo interior es en abril un crisol de vida por donde suben los nutrientes minerales del suelo, para mezclarse con la luz del sol y el dióxido de carbono del aire captados por las hojas. Y a sus pies, las pequeñas herbáceas se dan prisa en crecer y los helechos despliegan su fronda, antes de que la densa sombra que pronto darán esas hojas les arrebate el calor y la luz que necesitan para vivir.
Tanto pétalo, néctar y polen, despiertan y atraen a multitud de mariposas, avispas, moscas, abejorros y otros muchos insectos que zumban por todas partes, y acaban convirtiéndose de nuevo en alimento de las aves insectívoras. Aunque si los meses anteriores han sido más secos y cálidos de lo normal, fenómeno que el cambio climático hace cada vez más frecuente, se anticiparán la floración y el nacimiento de los insectos, muchos de los cuales morirán con los fríos que siempre acompañan al comienzo de la primavera. De ello se resentirán las poblaciones de aves insectívoras, que dispondrán de menos alimento para sacar adelante a sus polluelos.
Algunos años también se adelanta el calendario migratorio, pero lo normal es que en abril lleguen los vencejos, que cortarán el aire de nuestros pueblos por encima de aviones comunes y golondrinas, y que es tan volandero que no se posa ni siquiera para dormir, comer o hacer el amor. Viene también el roquero rojo a los espacios abiertos de las zonas altas, y escuchamos por fin al ruiseñor, cuyo discreto aspecto contrasta con su maestría en el canto. Y recibimos a la última "grande" de los cielos que nos faltaba, aunque es la más pequeña de nuestras águilas: la calzada, cuya elegante silueta en vuelo es inconfundible por el contraste del blanco y el negro en su plumaje.
Están encelados los lagartos, y en las aguas ponen sus huevos muchos invertebrados, como los ditiscos y las pulgas de agua. Frezan los barbos y se reproducen las ranas comunes.
La paridera de algunos mamíferos no tiene un calendario muy definido, pero abril suele ser un mes prolífico para ellos. En la cama que ha construido en lo más escondido del bosque, la jabalina tiene a sus rayones, que pronto alternarán los juegos con las peleas para competir por la lactancia. Pero no hay infancia más divertida que la de las de las inteligentes nutrias, que ahora pueden estar naciendo en lo más enmarañado de los zarzales de las riberas o en cuevas con entrada bajo el agua: no solo son capaces de jugar con palos, piedrecillas y toboganes improvisados, sino de aprender de sus madres -y no por instinto- las técnicas de caza y defensa.
Del libro "La Sierra de Segura. El Sur Verde" - Javier Broncano y Joaquín Gómez
Imagen: Águila calzada - Europe birdguide online
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