jueves, 13 de octubre de 2011
Tiempo de madroños (a ser posible, con yogur)
Foto: Javier Broncano
Ir en busca de unos madroños en sazón es uno de los placeres otoñales que nos ofrece la Sierra. Buscas, miras y evalúas concienzudamente el aspecto y la consistencia de cada fruto. Cuando el color es bien rojo y la carne cede ligeramente a la suave presión de tus dedos, una segregación de saliva ya te anticipa el sabor dulce con su justo puntito ácido.
Algunos pájaros también se pirran por los madroños bien maduros, así que a veces, cuando has elegido uno de los mejores, descubres que ya está picoteado. Si te ocurre unas cuantas veces, sientes una reconfortante sensación de hermandad con la naturaleza por compartir gustos con otros animales. Pero si te ocurre un montón de veces, lo que aflora es un sentimiento mucho más primario: el de la competencia. "Los pajaritos se me han vuelto a adelantar, los jodíos". Reconozco que, en esos casos, algún suculento madroño picoteado a ido para al gaznate. Y hasta ahora no he pillado la gripe aviar.
El único consuelo ante la ventaja competitiva de las aves es pensar que ellas están a varios millones de años de evolución antes de ser capaces de elaborar yogur y mezclarlo con los madroños. Nunca imaginarán lo que se pierden. ¡Je!
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