Al Puntal de las Buitreras hay que subir a escuchar. Hay que sentarse y hacer como que no has visto nada para que no se te imponga el sentido de la vista, tan orgulloso siempre de sí mismo. Así que hay que acomodarse, cerrar los ojos y entregarse al oído, un sentido más discreto y desde luego el más intangible. Entonces oyes el viento que viene desde detrás, desde los altos y desarbolados Calares de Marchena, un ventarrón hondo, serio, que viene de largo y te va envolviendo en anchas oleadas. Y, de tanto en tanto, escuchas otro viento, el que asciende desde el profundo valle del Segura. Es un aire más amable, menos grave, que nace del agua y se deja impregnar por el tempo del bosque que cubre las laderas. Sobre ese fondo de vientos puntean a veces los balidos de un rebaño de ovejas o el ladrido lejano de algún perro. Pero falta todavía el solo de esta sinfonía. Cuando los vientos callan, emerge otro sonido sutil, inesperado, sorprendente. Es un sonido aéreo también, pero esta vez tenue aunque bien definido. Tus oídos intuyen que ahora no es el aire quien tañe la materia, sino al revés. Quieres saber y tienes que abrir los ojos, qué le vamos a hacer. Y ahí están los buitres cortando el viento con sus alas poderosas, sin molestarse en batirlas. Cinco buitres, diez, veinte... La mayoría volando por debajo de tí, algunos muy cerca.
Rendido ya al sentido de la vista, que siempre acaba venciendo, gozas de las aguas azules de Anchuricas, que otras veces son de un verde que te atrapa, y del resto del valle del Segura, unos setecientos metros por debajo de tu vertiginoso promontorio. Y bueno, qué contar: un anchísimo panorama de montañas cuajadas de bosques, coronadas por roquedos y cantiles, salpicadas por minúsculas aldeas blancas (La Fuente del Esparto, Las Gorgollitas, Peguera del Madroño, qué nombres...)
Cuando, después de un buen rato absorto echas a andar por el filo del Calar de Hoya Herreros hacia Puerto Marchena, de tanto en tanto te asomas al abismo y te haces aún más consciente de la verticalidad de los cortados y los paredones que flanquean esta parte del valle del Segura a la altura de la aldea de La Toba, que queda justo debajo de nosotros, aunque no la vemos. El borde por el que caminas, a veces con cierta aprensión, es además una frontera entre dos mundos, porque si el del valle es el reino de los bosques y los farallones, la vertiente de la montaña en la que nos encontramos no puede ser más adusta: tierras altas, con montañas de perfiles redondeados y prácticamente deforestadas por el pastoreo secular. Es otro tipo de belleza, que en cierto modo recuerda la de los cercanos Campos de Hernán Perea: el atractivo de las grandes extensiones de territorio limpio de distracciones, donde la soledad se hace más patente y se disfruta con más intensidad.
Sierra del Aire, tituló Manuel Alquife -hace ya tantos años- su inolvidable libro sobre la Sierra de Segura. Un territorio mágico donde aún se puede oír el vuelo del buitre por debajo de tus pies.
Fotos: Javier Broncano Casares
Os recomiendo esta entrada del blog Sendas del Sur, donde Jordi Flores Casasempere hace una estupenda descripción con magníficas fotos de su ruta desde la aldea de La Toba hasta el Puntal de las Buitreras y alrededores.