Francisco Reyes, presidente de la Diputación de Jaén, sigue hablando de la posibilidad de construir un campo de golf en un secarral de la Sierra de Segura. Esta idea, preocupante hace algunos años, resulta hoy inocua porque la crisis no deja margen para unas inversiones que, tal como están las cosas, resultarían ruinosas.
Lo pintoresco del asunto es que el discurso de los dirigentes políticos de nuestra provincia y de nuestra región sigue combinando las loas al desarrollo sostenible y los apremios al cambio de modelo productivo con la apuesta por proyectos que, en la práctica, irían en el sentido exactamente opuesto. En este asunto, por lo menos, Javier Arenas va de frente: dice directamente que está “harto de la milonga del desarrollo sostenible” y que en Andalucía se debe volver por la senda del ladrillo lo antes posible. Sin remilgos.
Un campo de golf en esta esquina de Jaén significaría una lluvia no de agua, ni de trabajo sostenible en el tiempo, sino de ladrillos, porque las operaciones inmobiliarias especulativas son inherentes a los nuevos campos de golf. Y, por mucho barniz verde que se le dé a estas operaciones, los campos de golf, en nuestro contexto geográfico, significan también expolio de recursos hídricos, abuso de plaguicidas, degradación del paisaje y despilfarro energético.
Jaén necesita una nueva generación de líderes políticos valientes e innovadores.