Todos
los árboles y arbustos caducifolios dan sus hojas a la tierra. Podemos ver en
ello una bella imagen de la decrepitud que inevitablemente forma parte del
devenir de todo lo vivo, pero también de su renovación incesante, porque el
suelo se convierte en la cocina donde se guisa con calma tanto alimento para el
renacer de la vida dentro de unos meses.
Liberados
ya de los afanes de la crianza, los pequeños páridos forestales se hacen notar
en los pinares formando ruidosos bandos de carboneros, herrerillos, mitos,
reyezuelos y agateadores, que se asocian para buscar alimento y defenderse de
forma colectiva. Pero no será esta la única música, pues en noviembre se hace
ya notoria la llegada de muchas especies que huyen de los rigores del invierno
en el centro y norte de Europa y buscan alimento en nuestros bosques y
olivares, uniéndose en muchos casos a las poblaciones sedentarias locales.
Citemos, por ejemplo, a los pequeños mosquiteros, que van de camino para África
pero que se toman con calma su paso por la Península, donde aumentan su peso en
un 15% para afrontar con ciertas garantías su travesía sobre el mar y el
desierto.
Viene también el bellísimo petirrojo, potente plaguicida
natural capaz de devorar un par de kilos de insectos al año. Y desde
Escandinavia, nada menos, nos llegan los zorzales, que cuando han conseguido
atravesar Europa entera no encuentran aquí refugio, sino trampas y plomo para
acabar convertidos en aperitivos y conservas.
Del libro "La Sierra de Segura. El Sur Verde" - Joaquín Gómez y Javier Broncano
Foto: Peral de monte o cespejón (Sorbus torminalis) en la Dehesa Carnicera, Segura de la Sierra, 2 de noviembre de 2012 - Javier Broncano
Del libro "La Sierra de Segura. El Sur Verde" - Joaquín Gómez y Javier Broncano
Foto: Peral de monte o cespejón (Sorbus torminalis) en la Dehesa Carnicera, Segura de la Sierra, 2 de noviembre de 2012 - Javier Broncano